En estos días, en donde la violencia contra las mujeres es más explícita, es inevitable sentirme herida ¿cómo no sentirlo propio?, ¿cómo no sentir miedo?, ¿cómo no sentir esta desesperanza? y sobre todo ¿cómo podría garantizarle seguridad a una niña... a una mujer?
No entiendo cómo puede faltar sentido común en una persona para herir a otra.
Me parece irrazonable que se priorice el deseo de un hombre, de un viejo... de un ser inhumano.
Me parece ridículo que a pesar de tantos casos no cambie nada.
Me entristece que todo este tema de la violencia contra la mujer sea más un asunto mediático, pero en la vida real no hay dicha protección.
Me duele que se re-victimice a un ser que ya sufrió todo el dolor que puede haber en el mundo y que acosen a sus familias.
Todo me atraviesa, me absorbe y mutila.
Pero lo que realmente me arranca el corazón es que una persona después de sufrir tanto, de aguantar un cuerpo externo y tener que recordarlo... se sienta culpable.
Eso anterior lo pensaba por algo que leía:
Quisiera ayudar a otras, caminar con ellas, llenarles el corazón y decirles eso: que ellas no son culpables, que todo está bien, que cada una es un mundo maravilloso, que...
Esto me recuerda a un poema de Rosamaría Roffiel:
Quise ser hombre
Una vez quise ser hombre
para casarme con mi
hermana
que ya lleva tres divorcios.
Para amar a mis amigas
que en cada relación
mueren un poco.
Quise ser hombre
para fecundar sus vientres,
no de hijos, sino de poesía,
vino tinto, relojes parados,
unicornios azules.
Para decirle a Josefina
cuanto admiro su forma de
entregarse.
Para escribirle a Rosi
esas cartas que no llegan
nunca.
Llamar por teléfono a Pilar
que espera tantas tardes.
Llenar de caricias
prolongadas
el espacio de Beatriz,
que vive sola
y le tiene miedo a los
temblores.
Quise ser hombre,
para amarlas a todas y no
sentir más
el frío de sus lágrimas en
mi playera,
ni mirarlas apagarse,
ni presenciar sus funerales
en sus ataúdes de treinta
años.
Quise ser hombre
para invitarlas a volar el
periférico,
a bailar descalzas porque
el América
le ganó al Guadalajara,
para llevarlas del brazo
hasta una cama
donde no tengan que fingir
orgasmos.
Pero soy mujer y, aunque
puedo compartir con ellas la
poesía, escribirles cartas,
llamarlas por teléfono,
llenarlas de caricias
prolongadas,
volar el periférico,
bailar descalzas,
secar su llanto,
tocar su alma…
No es suficiente.
No les alcanza.
Porque, desde niñas,
aprendieron que los hombres
son un premio al que hay que amar,
aprendieron que los hombres
son un premio al que hay que amar,
sin importar si ellos las aman.
Así me siento constantemente, no podría describirlo de una mejor forma.
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